Los arrimados

Written by Edgar Rodriguez on Thursday, October 11, 2007 at 4:00 PM

¡Tres días fuera! Cada vez que visitamos a los papas de Zayil es inevitable, la inercia nos impele en quedarnos en su casa más de lo pertinente. Tres días fueron suficientes para que nuestro departamento fuera invadido. Siempre es lo mismo, cuando regresamos es común encontrarlos en la cocina asediando la fruta; pero esta vez fue un exceso. Apenas abrí la puerta salieron huyendo tres de ellos, vaticinio del desconcierto que nos esperaba adentro. Esta vez no bastó asaltar nuestra cocina, nada conformistas, se apropiaron de toda la casa. Claro, debo admitir cierta culpabilidad nuestra, no fue buena idea dejar los trastes sucios y la ventana entreabierta como una invitación al banquete. Estaban, repito, por todos lados, unos aseñorados en el comedor, otros descansando en los sillones o durmiendo en nuestra cama. No parecen tener respeto por nada; comieron nuestras galletas, ensuciaron el baño, bebieron mi cerveza, estropearon la televisión, revolvieron los libros, ¡saturaron el Internet de banda ancha! ¡No podemos permitir esto! Exclame un poco exaltado. Estaba decidido a terminar de una vez por todas con ellos, pero me detuvo mi esposa, con su mirada compasiva. Hermosa mujer, la quiero casi tanto como me desespera algunas veces. Zayil no quiso que los exterminara a todos usando el infalible H24. Imagínate, comento preocupada, que después nos tocara a nosotros reencarnar en mosquitos, que mal karma nos cargaríamos. Pero se lo merecen, respondí de inmediato, si yo fuera mosquito te aseguro que tendría un poco mas de respeto por la propiedad ajena, no como estos bichos con aspiraciones comunistas. Además, contraataco Zayil, esos insecticidas son muy dañinos, no sólo para nosotros también para las plantas y sobre todo para Ambarcita (Ámbar es nuestra hija de un año). Me encogí de hombros ante su argumento irrebatible. Pero entonces qué hacemos, pregunte preocupado, ¿mudarnos? Ella me dirigió una mirada que lo decía todo: no seas mamon pinche Edgar. Pues abre las ventanas para que se salgan, aseveró después de insultarme con los ojos. Claro para que entren más, y por que no les enviamos también una invitación por correo electrónico para avisarles a todos los mosquitos de la ciudad. Otra mirada de insulto: ya bájale a tus pendejadas Edgar, me estoy encabronando. Me encogí de hombros, otra vez, y abrí las ventanas. Desde la cocina alcanzamos a percibir un agudo silbido, como un llamado; en instantes el numero de mosquitos se había multiplicado, entraron zumbando a gran velocidad por las ventana recién abierta. Sin importarles nuestra presencia abrieron el refrigerador y sacaron la comida, destendieron la cama, ensuciaron la alfombra, sacaron los juguetes de Ámbar, revolvieron mis calcetines, fumaron mis cigarros y, cuando aún no salíamos la estupefacción, nos empujaron afuera del departamento y cerraron la puerta, con llave por supuesto. Una vez recuperado del estupor no puede ocultar una sonrisa. Zayil no quería verme, intentó postergar lo inevitable, pero finalmente lo hizo y entonces cuando estuvimos de frente tuve mi momento de gloria, disfruté cada sílaba como nunca: te-lo-di-je, sentencié inmisericorde. Tal vez debamos darles tiempo, comenté muy serio, ya sabes lo que dicen: el flojo y el arrimado a los tres días apesta. Zayil sonrió y regresamos juntos a casa de mis suegros.

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