Yo, Imbécil

Written by Edgar Rodriguez on Wednesday, November 28, 2007 at 9:01 PM

Esta bien, lo admito, no soy una persona ordenada ni mucho menos concienzuda, sino todo lo contrario; últimamente prefiero justificar mi irregular forma de pensar y actuar con mi proclividad a fantasear, pero a mis 24 años mi suegro me regaló un libro que termina por evidenciarme: “Como vivir con un Imbécil” de Jhon Hoover. Mi primera reacción fue una leve sonrisa, conciente de la inmediata referencia que el regalo tiene con mi identificación como miembro de la Cofradía de los Imbéciles, un grupúsculo de seudo intelectuales, cuasi escritores y cursis de closet, más que un colectivo cultural podríamos identificarnos como un grupo de autoayuda condenado al fracaso.
La referencia era evidente, pero después de comenzar a leer el libro no pude dejar de elucubrar la posibles razones que pudo haber tenido mi suegro para obsequiarme el susodicho manual. Jhon Hoover pretende que el lector aprenda a vivir tranquilo y en armonía a pesar de la incompetencia de sus seres queridos (imbéciles queridos), mientras se evidencia a sí mismo (el lector) como un Imbécil y aprende también a vivir con ello. Entonces, pensé, al darme este libro mi suegro esta sugiriendo que yo soy un imbécil, no un miembro de la Cofradía, sino un imbécil de verdad, un incompetente, inoperante, distraído, idiota, creó que esta última hubiera sido la traducción adecuada del “idiot” original del texto . Entonces, seguí pensando (si a pesar de ser un imbécil a veces pienso), tal vez sería mejor que este libro lo leyera Zayil, para que aprenda a vivir con su imbécil querido (osea yo), tenerme paciencia, comprenderme y no morir de nervios en el intento (como ha pasado en más de una ocasión, créanme puedo llegar a ser muy desesperante).
También pensé (modestia a parte puedo asegurarles que soy capaz de generar más de un par de pensamientos por semana) que podría ser un buen regalo de navidad para mi jefe, el cual también ha sufrido las consecuencias de mi inoperante carácter. Yo, por mi parte, sólo llegue hasta la pagina 70 del libro; intuyo que, generalizando, el mundo puede dividirse en dos tipos de personas: imbéciles y … perfeccionistas (benditos eufemismos), creo que el libro de Hoover esta hecho para los segundos, con los cuales no me identifico. Yo simplemente reconozco mi imbecilidad, no me molesta la de los demás y puedo vivir tranquilo a sabiendas de que todos somos imbéciles hasta demostrar lo contrario. Por último, pensé (cuatro pensamientos!! Esta semana rompí mi propio record) que aunque seguramente no termine de leer el libro (los libros de auto superación siempre me causan una extraña aversión), fue un buen regalo, puedo prestárselo a todos mis conocidos para que aprendan a soportarme, tal vez incluso mi suegro debería leerlo, pues por aquello de los mosquitos cada vez paso más tiempo en su casa que en la mía. Y a los pocos lectores de este espacio también les recomiendo el libro de Hoover, para que en la posteridad tengan la paciencia necesaria para con las tonterías que puedo llegar a escribir.

La princesa chupadedo - cuento para Ambar

Written by Edgar Rodriguez on Wednesday, November 21, 2007 at 10:31 PM

Había una vez una princesa que vivía en un lejano reino… no es cierto, no voy a engañarte podrás tener apenas un año pero no te chupas el dedo… bueno si te lo chupas, pero sabes a que me refiero, de hecho esta princesa también se lo chupaba, por eso le decían la “princesa chupadedos”, no es albur (luego te explico que es eso)… pero como te estaba diciendo, no pienso mentirte, en realidad ella no era una princesa ni vivía en un reino lejano, era la hija única y consentida de un burócrata de altos vuelos venido a menos después de que su reino (entiéndase partido) cayera del poder y su país (muy, muy, muy lejano) declinara en una escalofriante y confusa democracia; a pesar de todo el antiguo funcionario había conservado cierto poder e influencias que le permitían conceder todos los caprichos de su “princesita”… a la niña en cuestión le gustaba chuparse el dedo desde bebé, lo cual no hubiera representado ningún problema si su preocupadísimo padre no hubiera leído en una página de Internet que chuparse el dedo afecta seriamente la estética de los dedos, los achata y ablanda, incluso puede convertirlos en masas rechonchas y gelatinosas incapaces siquiera de agarrar un lápiz. El concienzudo padre encontró una feliz solución para evitar ese mal y a la vez no restarle confianza a su princesa (por que en otro portal de Internet leyó que chuparse el dedo brinda seguridad a los niños), contrató a un sirviente cuya única tarea era mantener sus manos limpias y desinfectadas para que la “princesita” pudiera chuparle los dedos. Pero, igualita que su padre, la “princesa” fue desde chiquita gente de mundo, ansiosa por probar y experimentar de todo; por lo cual pronto se aburrió de chupar todos los días los mismos dedos y exigió a su padre un cambio de sirviente, al cual él accedió complaciente. Ese fue sólo el principió de una sucesión de miles de sirvientes que ofrecieron durante 15 años sus dedos para la “princesa chupadedos”, la cual llegó a ser conocida también como “gourmet del dedo” pues conocida mejor que nadie la diferencia de sabor entre un dedo índice y uno pulgar, entre uno blanco, negro o amarillo, los rechonchos y los alargados, los de hombre y de mujer… en fin, ella conocía el sabor de casi todos los dedos, de todas la nacionalidades, complexiones, edades, tendencias políticas (decía que los de izquierda era amargos y lo de derecha desabridos), preferencias sexuales, profesiones y tallas de zapatos. Se cuentan muchas curiosidades sobre esos quince años, dicen que en una ocasión un joven tailandés homosexual que calzaba del 28 olvidó limpiar sus uñas, cuando la princesa se dio cuenta que el sirviente en turno tenía mugre en la uña del dedo gordo hizo una rabieta increíble y pidió escarmiento, “que le corten la cabeza” gritó histérica, pero su padre le explico que en esta época eso es imposible por más poder que se tenga, “entonces que le corten las manos”, el padre pensó la posibilidad de hacerlo pero prefirió no hacer nada que después pudiera comprometerlo con la Comisión de Derechos Humanos, por eso decidió acusar al Tailandés de introducir mercancía pirata y de fumar opio, por lo cual fue condenado a 50 años de prisión sin derecho a fianza; cuentan que el pobrecito tailandés se la pasó 10 años en prisión chupándose el dedo hasta que lograron extraditarlo a su país natal donde ingresó en un hospital psiquiátrico. Muchas otras cosas pasaron que ahora sería tedioso contar, pero lo que si vale la pena aclarar es que a los quince años, después del vals con 73 chambelanes que ofrecían su dedo a chupar mientras bailaban la macarena, el padre anunció que a partir de ese año ya no contrataría más sirvientes para que su hija les chupara los dedos (había leído en un portal de Internet que no era normal que un niño continuara chupándose el dedo después de los cinco años) y que llevaría a su hija con un experto psicólogo argentino que le ayudaría a superara su trauma. Y realmente le generó un trauma, la “princesa” lloro desconsolada por un año, lloraba mientras hablaba con su terapeuta, mientras comía, veía la televisión, hacia del baño, resolvía exámenes y tomaba sus lecciones de tenis… al final logró curarse, gracias al psicólogo argentino y su terapia titulada “dedo por dedo”. Actualmente es una afamada empresaria dueña de una de las marcas más rica del país: “Chupa Dedo”; la cual produce y distribuye paletas de caramelo macizo de hasta 321 sabores diferentes en forma de dedo, hay quienes aseguran, sobre todo algunos periódicos sensacionalistas, que dicha empresa fábrica sus dulces con dedos reales, la antigua "princesa chupadedo" es ahora conocida como la Directora Ejecutiva Chupa Dedo

Regalo de cumpleaños

Written by Edgar Rodriguez on Saturday, November 17, 2007 at 4:19 PM

La semana pasada se cumplieron 24 años de mi alumbramiento, aveces pienso que es algo que no deberiamos festejar demasiado, nacer es una experiencia traumática. No crean que lo digo por propia experiencia, yo no me acuerdo de ese momento; pero hace unos días Zayil fuéº a tomar un curso y me dejo sólo con Ámbar, entonces ella y yo hablamos seriamente de padre a hija y me lo contó todo: lo calido que es el cuerpo de una mujer por dentro, lo cómodo que se siente estar ahí perdido y no tener que preocuparse por nada, tener la paz que sólo es capaz de brindar el interior de una mujer. No soy tan ingenuo para creerle todo así de primera (después de todo ¿qué puede saber un bebe de la vida?) pero debo confesar que Ámbar me puso a pensar. Intuyo que por eso los hombres generalmente buscamos regresar ahí adentro, al cuerpo de la mujer, el mejor lugar para estar, el más placentero, el que más paz puede brindarnos. De ahí venimos y ahí buscamos volver, somos vaginautas que siempre ansiamos regresar al origen. Por eso después del coito generalmente el hombre se encuentra rendido, en armonía, incapaz de pensar racionalmente o hilar mas de dos ideas con cierta coherencia (por eso me declaro impotente cuando después de hacer el amor Zayil me pide que le cuente un cuento), estamos como bebes recién nacidos, expulsados del paraíso en el cual nos hubiera gustado quedarnos toda nuestra vida. Por eso la semana pasada cuando Zayil me preguntó que quería de cumpleaños le conteste “volver al origen” y ella se me quedo viendo un poco extrañada, quizás pensando (¿desde cuándo Edgar se volvió tan metafísico?) yo le explique mi idea y ella sonrió con la natural coquetería de una mujer que ansia ver nacer otro hijo. Y así fue, omitiré detalles pues esto no es un blog porno, pero en mi cumpleaños cumplí mis designios como vaginauta en busca de perpetuar la dicha (por que con Ámbar ya perpetuamos la especie).

Incendio

Written by Edgar Rodriguez on Saturday, November 03, 2007 at 9:09 PM

Cada vez que me siento a la computadora dispuesto escribir algo me interrumpe; Ámbar despierta presa de “terrores nocturnos”, descubro por televisión un maratón de los Simpsons, me da un ataque de pulcritud y me pongo a lavar los trastes de la semana (mientras los mosquitos me miran circunspectos), Zayil necesita que la escuche, yo necesito que ella me escuche a mi… nos sobran los motivos.
Ayer, mientras dilucidaba una idea referente al bing-blang y detonaciones cotidianas, tocaron a la puerta. Por la hora supuse que era el vecino de arriba, encargado del mantenimiento del edificio, con otra perorata de pendientes para terminar diciéndome que le debo seiscientos pesos y yo contesto que si, mañana se los pago y el asiente y nos despedimos amablemente mientras cada uno piensa que el otro está mintiendo. Pero no era él, Era un hombre vestido de amarillo y con un casco rojo; por las fechas mi primera intuición fue que se trataba de un disfraz, pero no, realmente era un bombero.
“Disculpe estamos buscando un incendio” lanzó a bocajarro el hombre en el umbral de la puerta. Tarde en reaccionar, sabía que decir si hubiera sido el vecino o un pedinche de día de brujas, pero jamás pasó por mi cabeza toparme con un bombero. Sé que cuando hay un siniestro se llama a los bomberos y entonces en la estación todos se alistan, bajan por un tubo deslizable, suben a un camión rojo con sirena y manejan a toda velocidad hasta el lugar donde fueron requeridos; pero jamás había escuchado que los bomberos buscaran incendios a domicilio. Pensé que posiblemente en estas fechas escaseen las catástrofes y por eso los bomberos salen a tocar casa por casa para buscar incendios; me pareció un poco absurdo, pero no por ello menos noble. Pensé que tal vez así deberíamos ser todos, ir tocando de casa en casa para ver quien requiere de nuestros servicios; que los doctores buscarán enfermedades, los abogados litigios, los contadores declaraciones de impuestos, los ingenieros desperfectos estructurales, los maestros imberbes y los escritores hastío. Me imagine yo mismo tocando en la puerta de mi vecino de arriba y diciendo: “Disculpe, busco aburridos, desesperanzados, ingenuos”.
El hombre con el casco rojo seguía en la puerta esperando mi respuesta. Pensé que bien podría aceptar su ayuda: tengo un fuego en la comisura izquierda del labio, cada vez que prendemos el boiler del departamento la acumulación de gas provoca una ligera explosión, la sopa de pasta se quemo, Zayil y yo discutimos, terminamos escupiendo fuego, Ámbar lloraba, esta rozada, le arde su culito, es como un incendió que fustiga su piel, Zayil explotó, las puertas crujieron, la estufa se burló de mi, chamuscó mi dedo cuando pretendí quitar la cacerola con la sopa achicharrada, quise tomar café pero me escalde la lengua y la taza resbalo de mi mano, el liquido caliente cayó sobre mis pies descalzos, preferí tomar un güisqui, me puse a escribir, tomaba sorbito a sorbito y sentía como mi pecho ardía, intenté prender un cigarro pero los cerillos Talismán del signo Escorpión no prendieron, todo estaba a punto de implosión y entonces tocaron a la puerta…
Me encogí de hombros y cerré la puerta. Zayil bajo y preguntó quien era, “un bombero” conteste, “¿buscaba dulces?”, “no, un incendio”, “¿un qué?”, “un incendio”, “¿para qué?”, “supongo que para apagarlo”, “¿y lo encontró?”, “no, todavía falta tiempo”, “¿para qué?”, “para que todo esto estalle”, “tal vez debiste decirle que volviera mañana”, “o el próximo año”, “o en cinco minutos”, “o tal vez nunca”, “algún día lo vamos a necesitar”… Pensé en detener la platica en escalda a discusión y salir a pedirle ayuda al bombero, pero no; es mejor llegar hasta las últimas consecuencias, tal vez Kurt Kobain tuvo razón: Es mejor arder que apagarse lentamente

Snap Shots

Get Free Shots from Snap.com