El Complot Mongol - Rafael Bernal

Written by Edgar Rodriguez on Friday, December 28, 2007 at 4:15 PM

Dicen los que saben que es la primera novela negra escrita en México, a mi no me consta, estoy lejos de ser uno de esos críticos literarios que se las saben de todas ¡Pinches críticos literarios! El argumento bien puede ser de un chiste: en un café de chinos se encuentran un agente secreto de Estados Unidos, otro de Rusia y un mexicano… El estadounidense está preocupado por un supuesto complot de los chinos para matar a su presidente, al Ruso le preocupa una posible jugada política de los chinos para desplazar a los rusos de cuba y el mexicano piensa en Martita, porque nunca se le ha hecho con una china… pero él, Filiberto, esta ahí de maje, haciéndole al complot internacional o al mal chiste, cuando eso es lo que menos le gusta: los chistes ¡Pinches chistes! Sin embargo su figura es involuntariamente cómica, sobre todo al imaginarlo con su pasado de pistolero, los muertos que carga, las ordenes cumplidas, y haciéndole al maje con Martita, cuando la tiene ya puesta en su departamento para hacer con ella lo único para lo cual sirven las mujeres: brincarles encima.
Pero al macho matón mexicano le entra lo sentimental y ahí esta haciéndole al héroe, a la novela Palmolive. ¿Será que de viejo uno se vuelve maricón? O le entra a la cabeza eso que llaman conciencia. ¡Pinche conciencia! Como toda novela negra tenemos a un hombre rudo (o que algún día lo fue, por que ahora se le arruga nomás de pensar en Martita y hasta se pone a temblar como si fuera novio adolescente. ¡Pinche adolescencia!), una bella mujer en apuros (esa es Martita, la cual piensa que Filiberto es una persona muy buena, pero si supiera de todos los muertos que se carga), un caso por resolver (un supuesto complot para matar al presidente de los gringos.. y a mí que carajo me importa el presidente de los Estados Unidos y que carajo me importa la paz mundial. ¡Pinche paz mundial!), dinero de por medio (medio millón de dólares en purititos billetes de cincuenta) y un final sorpresivo (que no se los voy a contar).
Además al estar ambientada en México no podía faltar un involuntario retrato social de la vida de la ciudad a finales de los 60´ y el lenguaje florido, lleno de dichos (“El que no conoce a Dios, se inca ante cualquier pendejo”) y de groserías. ¡Pinches groserías! Hay quienes dicen que están de más, que tanta pinche repetición sólo cansa, es un recurso fácil y empobrece el lenguaje… ¡Pinches puristas de la lengua! Pero Filiberto no le hace nomas a eso de matar gente, investigar y enamorarse a lo pendejo; también le sabe de política y le hace al filosofo en algunos monólogos en los cuales se funden el narrador (en tercera persona) y el personaje principal del libro, Quién lo hubiera pensado Filiberto, tú tan machote, tan aquímischicharronestruenan, tan sabelotodo y tan nadameespanta… y al final. ¡Pinche final! Tan solo, tan existencialista que nos saliste, no mames si esto era una novela negra no una obra de Sartre. ¡Pinche Sartre! Pero tienes razón Filiberto, tanta muerte termina por ponerlo a uno un tanto triste y con ganas de rezar (aunque seamos ateos) y pensar que ahí esta Martita (y que nunca se le ha hecho con una china) esperando, tan sola, más sola que nunca, por que como buen pistolero Filiberto nomas sabe abrir la puerta a los demás, pero el jamás entra…. a nadie le gusta andar haciéndole al muertito. ¡Pinche muerte!
No me gustan los juicios trillados del tipo: “una novela imprescindible…”, “la primera novela que…”, “novela llena de ironía…” y otras de peor envergadura; por eso me remito a lo hechos: la calle de Dolores, un complot, Martita, un matón vejestorio de la revolución, un misterio internacional, la intrincada política mexicana y muertos, muchos, muchos muertos, como muchos creen (¡Pinches ingenuos!) que debe de ser una novela negra; esta vale más por sus dichos, sus “pinches” y sus monólogos, que por la acción y los muertos. Sí, debo decirlo: es un buen libro… ¡Pinche libro!

Ámbar ¿Borrego?

Written by Edgar Rodriguez on Monday, December 17, 2007 at 6:03 PM

La semana pasada Ámbar participó en su primera pastorela, era las más chiquita de todos y la disfrazamos de borrego, pero como esta muy chiquita no participó mucho, sólo estuvo sentada en medio del escenario mientras un grupo de niños (disfrazados de borregos, duendes y demás entes navideños) daba vueltas por todo el escenario; después se espantó (la entiendo, a veces la navidad también me da miedo) y lloró. Abajo todos los padres de familia, que no estaban disfrazados de borregos, aplaudían al unísono y dejaban escapar eventuales exclamaciones del tipo: “que lindura”, “mi vida”, “ese es mi hijo” y otras de igual índole. Después de su breve pero gloriosa participación (bien Ámbar, demuéstrales, también se puede llorar en navidad) mi pequeño borreguito se sentó con nosotros (sus padres y abuelos) y durante un tiempo estuvo aplaudiendo. Yo me tuve que ir al trabajo a la mitad del festival, lo mejor ya había pasado. Zayil también se quería ir (creo que ninguno de los dos estamos hecho para esas cosas), pero las maestras de Ámbar nos dijeron que faltaba un número final. Pero Ámbar no soportó tanto, definitivamente es mi hija, se quedó dormida antes de que terminara.
Mientras iba de camino al trabajo pensaba en esta mi primer experiencia del otro lado del escenario, recordé cuando yo era el que hacia el ridículo disfrazado de cuanta cursilería llegaban a elucubrar las maestras (en mi memoria conservo haber sido un negrito bailarín, un conejo y un monigote con sombrero que me cubría todo el cuerpo). Recuerdo que más de una vez hubiera preferido no subir al escenario y pienso que posiblemente Ámbar sienta lo mismo. Ella, disfrazada de borrego, tal vez busca no ser lo que representa su efímero disfraz (costó cien pesos y no creo que vuelva a usarlo); mientras nosotros, medio disfrazados de lo mismo, seguimos la costumbre de llevar a nuestra hija a una guardería donde te cobran un ojo de la cara, organizan festivales (que también te cobran) y educan a los niños, su principal clase: “como ser un borrego ejemplar”. Tal vez soy un mal padre pero pienso que es mi deber deseducar a mi hija en algunas cosas que puede aprender o más bien imitar de la guardería. Me imaginé al final del festival navideño a todos los espectadores salir del auditorio e intercambiar palabras: “beee”, “bee”, “bee”, “beee”… pero ninguno estará disfrazado; mientras nuestros hijos, los más pequeños de todos, dan el primer paso: disfrazarse, para entender cual será su papel en esta sociedad, después se quitaran sus antifaces por que ya no los necesitaran, los habrán asumido.
Pienso, mientras llegó a mi trabajo, que Ámbar se veía muy hermosa vestida de borrejo, pero para nada preferiría esa efímera imagen de belleza claudicada ante la posibilidad de que ella no se convierta en eso. Bien Ámbar, bien por llorar en lugar de decir “bee”, gracias por recordarme que navidad no es necesariamente felicidad, bien por ser tú independientemente de la fecha que se celebre; yo te prometo ahora, por escrito, que nunca intentare reprimirte o forzarte a ser feliz o sonreír sólo por que así lo dicen las costumbres y los comerciales de TV.

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