Mi monstruo y yo I

Written by Edgar Rodriguez on Saturday, March 29, 2008 at 11:39 PM

Hay un monstruo en mi estomago, extiende sus tentáculos desde mi abdomen hasta mi medula espinal, me provoca dolores de espalda y el cuello. Es un ansia asesina, necesidad de escupir, mandar todo al carajo, aventarme desde el quinto piso… no mejor aventar a todos los demás, que el mundo entero salte por la ventana, mi mundo entero, lo conocido, la familia, los amigos, los compañeros del trabajo y también tu, infortunado lector… el monstruo me exige soledad absoluta, egoísmo puro, olvido total.
Pero no tengo fuerzas, constriño todo mi cuerpo para domar al monstruo, evocaciones y añoranzas se encargan de clavarle puñaladas, se desangra, muere lentamente y evacua su sangre transparente a través de mis ojos. Soy demasiado bueno carajo, soy demasiado sencillo puta madre, soy demasiado poco ambicioso, poco poder, poco seguro.
El sueño, pequeña muerte anhelada me llama.
Continuara….

Sueños, reales, de Ámbar

Written by Edgar Rodriguez on Thursday, March 13, 2008 at 6:33 PM

Ámbar, pequeña niña de año y medio, duerme placidamente mientras la observo, ella no se sabe observada. Mauricio Babilonia se olvida en un instante de Meme, está en presencia del espectáculo más hermoso que jamás halla visto; él, evocador de enjambres de mariposas amarillas, muere de envidia al ver a la pequeña Ámbar rodeada de miles de mariposas monarcas mientras mueve sus bracitos de arriba abajo para elevar sus pequeños pies del suelo y volar rumbo a los bosques altos de Michoacán, de fondo Oscar Chaves canta “Macondo”.
Ella sonríe al despertar; papa (empecinado en sus propias ensoñaciones) le pregunta por centésima tercera vez en la semana ¿Cómo hacen las mariposas? Ámbar duda por un instante y luego contesta: gua, gua, para reír acto seguido. Parece claro, por más que papas, tíos y abuelos, se empeñen en recordarle a la niña Ámbar como hacen las mariposas, ella prefiere los perros. Aunque su padre (nefelibata sin remedio) divague con los probables sueños fantástico de su hija, la realidad, en este caso la realidad de los sueños (¿?), es más simple: Ámbar sueña con un perros, con miles de perros volando a su alrededor, perros de todas las razas, dálmatas, chihuahueños, labradores, salchicha, boxer; perros chiquitos y grandotes; perros blancos, negros, rojos, morados, azules, amarillos, perros con alas color ámbar y pequeñas antenas, como mariposas…
Ámbar se levanta y corre hasta donde está hoshi, perro french pudle de casa de mis suegros, el cual intenta huir de la pequeña amenaza que la niña de un año y medio representa para sus escasos treinta o cuarenta centímetros de altura. Ámbar trata de cargar a hoshi y dice: “pata”, para que el educado perro levante la patita y saludde a la dulce niña. Así, seguramente son los sueños de Ámbar, mas simples y mundanos, quizás ahí en lo mundano, en lo terrenal, radica la felicidad.

Ambarcienta

Written by Edgar Rodriguez on Monday, March 03, 2008 at 11:06 AM

No era medianoche, eran aproximadamente las 6:45 de la mañana cuando Ámbar perdió su zapato izquierdo (ella es una niña sencilla, prefiere zapatos de suelo cómodos antes que hermosas zapatillas); esta breve fatalidad aconteció cuando ingresamos a la estación del metro San Cosme, al parecer (son tan sólo conjeturas, la realidad será siempre un misterio pues no hubo testigos) el zapato rosa se cayó por que se atoró con el torniquete de entrada.
Desafortunadamente no hubo un príncipe azul preocupado por recoger el calzado y retribuirlo a su bien ponderada dueña, lo más cercano era un poli (vestido de azul) que estaba en la entrada del metro, pero nuestro único probable héroe estaba dormido en ese momento. Pero a todo esto ¿Qué hacía Ámbar en el metro un domingo a esas horas de la madrugada? Pues iba rumbo a su primer gran aventura: un viaje a Michoacán para conocer a las mariposas monarcas.
El viaje fue casi perfecto, excepto por la pequeña pero a la larga significante perdida del zapato de Ámbar (además del intento de homicidio que sufrí por parte de mi suegro, para mi suerte sólo quedo en un inocente machucón de dedos). Durante el trayecto de más de cuatro horas no hubo demasiados problemas, Ámbar durmió la mayor parte del tiempo, igual que nosotros, el resto de los desmañanados aventureros. Hasta ese momento (aunque Zayil ya me había advertido de la gravedad del asunto y se había molestado por que no quise regresar a buscar el zapato) yo seguía pensando que no tenia la mayor importancia y que ella exageraba, después le compraría otros zapatos, incluso unos más bonitos, mientras podíamos cargarla. Tu la vas cargar todo el día, me increpó Zayil. Si, respondí decididamente con tal de no comenzar una discusión que arruinara el viaje.
Para ver a las mariposas monarcas es necesario, una vez que el autobús nos deja lo más cerca posible, subir chorrocientas escaleras y caminar por interminables veredas para llegar hasta la parte más alta del cerro donde esta el santuario de las susodichas reinitas. Al principio yo feliz, con Ámbar en hombros, corriendo como caballo para ser los primeros en llegar. Después de veinte minutos más que caballo parecía yo burro desnutrido, caminaba despacito y me detenía cada 30 o 40 escalones para descansar y tomar aire. Ámbar estaba feliz, cada vez que le mencionaba las mariposas ella movía su cabecita afirmativamente y agitaba sus bracitos como si estuviera volando. Conforme seguíamos subiendo Ámbar pasó de mis hombros a ser cargada como bulto, luego de la forma tradicional y finalmente con la ayuda de un rebozo.
Cuando al fin llegamos, luego de casi una hora de subida, me senté desfallecido en el suelo mientras a mi lado Ámbar aplaudía y abría los ojos lo más posible para ver a las mariposas en parvada inundando el cielo con tonos ocre, un espectáculo semejante a ver miles de hojas secas caer al mismo tiempo durante el otoño; eventualmente Ámbar gritaba porque quería caminar y perseguir mariposas pero no la dejábamos por la desafortunada perdida del zapato rosa izquierdo; pensamos en dejarla caminar descalza pero el suelo era irregular y resbaladizo, además de que había mucha gente.
En el regreso Zayil se apiado de mi y cargo con Ámbar; todos llegamos al camión muertos de cansancio, excepto claro la niña sin zapato: ambarcienta, Ya en casa Ámbar se durmió y estoy seguro que no soñó con los angelitos, no los conoce, seguramente soñó con miles, millones de mariposas monarcas surcando el cielo y ella (libre de zapatos) volando entre ellas en un viaje de retorno al norte del continente.

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