Canonizar a un teporocho

Written by Edgar Rodriguez on Saturday, October 08, 2011 at 10:34 PM

Era de noche. Cuando subí al micro vi de reojo al hombre sentado en el primer asiento de la derecha. Me pareció sospechoso. Calculé unos treinta años, barba y cabellos descuidados, un pantalón de pana viejo, chamarra de cuero rota, días sin conocer el agua y el jabón. Hablaba en voz alta. ¡Pásele para atrás! ¡Recórrase, no estorbe! Cada vez que abría la boca su aliento alcohólico se mezclaba con el hedor a sudor de él y el resto de los pasajeros, era un ambiente nauseabundo.

Una señora rechoncha, morena, bolsas de mandado, se paró justo en medio del pasillo. ¡Recórrase señora!, sugirió el teporocho. Mirada de desprecio. Que no oye, que le pase señora. Mirada de desprecio. Hey ñora está sorda ¿O qué? Pues que quiere pendejo que vaya ahí apretada nalga con nalga con otros. Pues si no le gusta tome un taxi gorda. Mirada de desprecio, resentimiento a flor, ya quisiera ella tener para el taxi. Resentida, lanzó una cuchillada. A usted le vale madres, pinche borracho, bueno para nada.

El hombre calló. Sus ojos vidriosos se clavaron en el vidrio. Afuera llovía. Por un momento pensé que iva a llorar, pero no lo hizo. Miro de reojo a la gorda. Culera, le dijo con los ojos. Se llevó lentamente la mano derecha a la bolsa interior de la chamarra de cuero, escrudiñó a su alrededor mientras realizaba este movimiento.

Me estremecí, temí lo peor por un instante. Fije la mirada en sus manos, mi pulso se acelero. Él miro de reojo a todos los pasajeros y sacó algo de la bolsa interior, lo escondió en la manga de su chamarra, luego levanto el brazo a la altura de su rostro. Pude ver claramente como destapaba una pequeña botella y disparaba. Fustigó su garganta con tres largos a disparos de agua ardiente

Suspire y me arrepentí de mis cavilaciones pendejas, de mis prejuicios. Pensé por un momento que quizá hubiera sido mejor que él sacara una pistola para dispararle a la gorda culera, en vez de esa botella con la cual se pegó tres tiros para una muerte lenta. El teporocho volvió a guardar la botella, dirigió una última mirada llena de resentimiento para la gorda y volvió a perderse en la nada de afuera, con sus ojos vidriosos y su vida diluyéndose con el aliento alcohólico.

Cuando baje del transponte sentí vergüenza. Un hombre sospechoso, que idea tan pendeja de mi parte. Me hubiera gustado partirle el hocicó a la pinche gorda culera. Sí, darle un par de patadas bien puestas en la boca. Pensé en ese hombre, que sólo quería ayudar a que la gente se recorriera, solo quería ayudar, carajo. En mi mente, vi muerta a la gorda, vi muerto al teporocho, pero lo vi, sobre todo a él, levantándose de entre los muertos para ascender al cielo. En mi cabeza, canonice al teporocho y maldije a la gorda con sus bolsas del súper.

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