Poeta de elevador

Written by Edgar Rodriguez on Wednesday, March 07, 2012 at 9:27 PM

Cuando subí al elevador apenas me percaté de que había alguien más ahí. Estaba absorto en la lectura de una novela policíaca, por lo cual tampoco sentí la mirada insistente. El ascensor llegó al tercer piso, antes de que se abriera la puerta mi acompañante me preguntó, con tierna timidez: “¿Ese libro es de poesía?”.

Sólo hasta entonces reparé a detalle en ella. Una mujer bajita, delgada, entre 30 y 40 años, vestía el uniforme que usan las personas encargadas de la limpieza en el edificio. Parecía cansada, sus ojos tristones escabulleron a los míos para clavarse en el suelo, como si
estuviera apenada después de decir una estupidez. La puerta se abrió, no había tiempo para pensar, me limité a murmurar un seco, un frío, un inconsciente: ‘No, es una novela”. Di un paso afuera y miré de reojo como se cerraba el elevador mientras ella levantaba los ojos y me
dirigía una mirada que me pareció suplicante.

No había nada más que hacer, la había defraudado. Sentí un hueco en la panza y pensé que tal vez debería correr al cuarto, al quinto, al sexto piso y apretar el botón del ascensor. Recibir a esa mujer con una sonrisa y decirle: lo siento, me equivoqué, en realidad este sí es un libro de poesía, es un antología con las mejores poesías amorosas de todos los tiempos, están aquí las más bellas, las más sublimes, las más evocativas y todo lo que usted pueda necesitar o buscar en una poesía.

Era una tontería. Mi entereza y sentido común volvió a ganar la batalla, quedó sepultado otro impulso en el panteón inconmensurable de mi cabeza (o mi corazón?) (soy cursi de closet o entre paréntesis). A cambió dediqué algunos minutos a unos de mis pasatiempos favoritos: imaginar. Rebobiné la película hasta el momento antes de su pregunta. Apenas terminó ella de hablar cuando yo ya tenía una respuesta en los labios y una mirada candorosa y un extraño sentido de fraternidad.

Una mentira, sí eso debí decirle desde el principio. Cuando ella me preguntó qué clase de poesía, seguí con el juego de contestar lo que ella quería. Poesía amorosa. Entonces ella salió del elevador junto conmigo. Nos quedamos parados un momento en el vestíbulo, mientras
me confesaba que siempre había soñado con que algún día su esposo le dedicara unos versos de amor.

Yo le conté que ese libro rojo entre mis manos era una colección de poetas mexicanos. Ella preguntó, con la misma hermosa timidez, si podría yo leerle uno. Yo le dije que sí. Abrí una página al azar y comencé a recitar como si estuviera leyendo el único poema que me sé de memoria: “ Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca. Como todas las cosas están llenas de mi alma emerges de las cosas, llena del alma mía. Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía”.

Ella interrumpió, conmovida, para preguntarme. ‘¿Es de Octavio Paz? ¿El mismo de las monedas?’. Si, es de él mismo, respondí sin pensarlo. Me puede prestar su libro para copiar el poema. No se preocupe, yo lo trascribo, lo imprimo, se lo regaló. Me sentí magnánimo.

Hasta ahí llegó mi fantasía matinal. De ahora en adelante cada vez que suba al elevador estaré más atento a quienes me rodean; si alguna vez alguien vuelve a preguntarme qué
estoy leyendo, responderé que es poesía y leeré (recitaré) el Poema 15 de Neruda. Cuando me cuestionen sobre el autor, diré que es Sabines, Pacheco, Sor Juana, Withman, el Pimporrro… en todo caso no bajaré en el tercer piso, presionaré el botón del último, la azotea. Una vez ahí invitaré a mi interlocutor para seguir subiendo, me impondré vestidura de poeta, fauno, nefelibata… regalaré tibieza empacada en la forma de una breve mentira.

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