Mi asalto al banco

Written by Edgar Rodriguez on Monday, September 03, 2012 at 9:32 PM

Caminaba con paso triunfal, un cigarrillo sin filtro apretado suavemente, con estilo, entre mis labios; en una mano la botella de Blackburn y en la otra un libro nuevo, como pocas veces (suelo comprar usados): “Comeclavos” de Albert Cohen. Me sentía el rey del mundo, al menos de mi colonia, o quizá de mi edificio, seguro de mi casa, con certeza de mi mismo (hasta esto dudo a veces). Era de noche y debía la gracia de mis nuevas adquisiciones a un hecho inusitado: esa mañana había asaltado el banco.

Bueno, quizá exagero, pero en términos concretos eso fue lo que paso: salí del banco con dinero que no me correspondía; sí, seguro iré al infierno por esto, mientras no vaya a la carcel no hay problema. En realidad, yo no hice nada malo, nunca lo hago; simplemente iva a realizar una operación por determinado monto de dinero (no diré cifras) y el cajero me entregó más de lo que yo pedí, me percaté, firmé rápido y salí corriendo.

No sé por qué lo hizo, quiero imaginarlo impresionado e intimidado por mi presencia. Pudo pensar: “debo entregarle más dinero, de lo contrario este tipo podría golpearme, matarme, se ve rudo, se ve malo, malo, malo”. Pero la realidad, siempre más simple y llana (¿quién es el imbécil que dijo que la realidad supera a la ficción? seguro una mente limitada) es que seguramente el tipo se equivocó.

Yo me di cuenta al instante, tomé el dinero y salí del banco corriendo. No fuera a ser que el tipo se diera cuenta o una cámara hubiera grabado todo o dios se arrepintiera de pronto de haber sido magnanimo con un tipo medio agnóstico, medio ateo, medio convenenciero, como el cajero (yo no, aclaro). Pero no pasó nada de eso, ni me hablaron más tarde del banco, ni me busco la policía, pero yo, por si las moscas, no pienso regresar a esa sucursal el resto del año.

Al ser dinero malhabido decidí que de igual forma debía malgastarlo, en cosas inútiles, vicios que afectan la salud y el entendimiento: alcohol, cigarros, literatura (quiza también debí comprar una película porno, pero en estos tiempos eso es un anacronismo). Y así iba yo, triunfante, altanero, dueño del mundo y de la noche, cuando alguien interrumpió mi caminar.

Detrás de un resquicio, apareció, como un fantasma, una chica con una bandeja entre las manos: “Compras galletas” murmuró, tímida, inocente, tiernamente excitante. Yo la mire de reojo: era joven, rostro moreno perlado de tristeza, quizá por no haber vendido mucho o nada, menudita, frágil, cabello revuelto, ojos grandes y oscuros. En realidad me pare apenas un segundo, no debía perder tiempo, tenía un whisky, unos cigarros sin filtro, literatura fresca. ¿Para qué quería yo unas pinches galletas caseras? Negué con la cabeza y seguí de largo.

Cuando llegue a mi casa, mientras buscaba las llaves, medite un instante. Recordé el rostro joven, tristón, necesitado de la chica; pensé en su piel de cobre, con los poros de gallina por el frío, con los vellos erizados por el viento y la indiferencia. Tragué saliva, ¿qué podía hacer yo a estas alturas? ¿regresar? ¿comprarle unas estúpidas galletas? ¿Regalarle la botella, los cigarros, el libro? ¿Regalarle un cumplido, un piropo, un buenas noches, una caricia, una mirada, un buen deseo?

Era demasiado tarde. Además de asaltar el banco, ignoré a alguien que necesitaba ayuda. Y me siento mal, terriblemente mal mientras tomo Blackburn, fumo pausadamente, ojeo mi libro  y pienso que debería irme a confesar a la iglesia, un día de estos, quizá lo haga, quizá.... siempre hay una primera vez..      

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