Una zapatilla roja en medio de la calle

Written by Edgar Rodriguez on Saturday, February 23, 2013 at 11:01 PM



En medio de calle 9, debajo de un camión de pasajeros con rumbo a Santa Fe, había una zapatilla roja. La imagen me recordó un ejercicio literario en el cual se tenía que inventar una historia a partir de una situación similar: un zapato rojo de tacón abandonado en la calle en media noche.  Esta vez era real, era de día y la razón por la cual se suscitó este momento fue una situación cotidiana.

El camión se detuvo casi en la esquina con Avenida 1para el descenso de pasajeros, entre ellos una mujer de unos 25 años, alta, pelo corto, ondulado, ojos grandes. Vestía un traje sastre azul marino, medias negras, un cinturón rojo y sí, adivinaron, zapatos de tacón del mismo color. Llevaba en las manos una carpeta, bolsa de mano, un café, una bolsa de papel y el celular. Su calzado la mantenía unos diez centímetros por arriba de su estatura normal. Con estas condiciones, aunadas a la prisa de los pasajeros por descender y del conductor por arrancar, lo que sucedió era inevitable.

La escena hubiera sido graciosa de haber sido un dibujo animado, donde nadie sale herido física ni emocionalmente. Ella tropezó, pataleó en el aire como si nadara, la carpeta y ambas bolsas cayeron al suelo; un zapato, sólo uno, el izquierdo, voló quien sabe a dónde. La chica logró detener su caída con la rodilla y la mano derecha, nunca soltó su café, del cual, gracias al cielo, no derramó ni una gota.

Yo pasaba por ahí, cavaba de comprar un americano en la cafetería de enfrente y ella me conquistó con un gesto: antes de sobarse, levantar sus cosas o hacer cualquier otra cosa, comprobó que su bebida estaba intacta y le dio un trago largo, profundo, como sus ojos. Me acerqué para ayudarla, ella intento sonreír, como si fuera gracioso, pero en realidad quería que se la tragara la tierra.

Mucha gente se había detenido y observaba la escena, seguro fue el momento más vergonzoso de su semana, quizá del mes o incluso del año. Ella miraba al suelo, no era únicamente por pena, estaba azorada tras descubrir que le faltaba una zapatilla. Un señor que pasaba por ahí fue el primero en encontrarla, señaló, entre cínico y risueño, debajo del camión. Ahí estaba, imposible de alcanzar, me agaché, peor por más que alargue los brazos, nunca lo llegué a tocar

Miré de reojo a la mujer, recargada en un árbol, sostenida por un solo pie, ruborizada, con su traje sastre levemente rasgado, sus medias elegantes y un pie al aire; lucia tiernamente hermosa. Sentí el impulso de ponerme pecho tierra, arrastrarme por el asfalto como lagartija, ser el héroe del día y rescatar la zapatilla a toda costa. Imaginé que ella me recibía con un beso y me daba su teléfono y le decía: “llámame pronto, quiero recompensarte por lo que haz hecho”.

Mejor  me levante, el camión avanzó y yo me puse en medio de la calle para detener el tráfico y luego poder recoger la preciada prenda. Ella dijo gracias tímidamente, se puso su zapato, tomó sus cosas y salió corriendo avergonzada, sin decir adiós, ni darme su teléfono, su nombre o su face. Pude haber corrido tras ella, pero no, tampoco era para tanto.

Nunca he sido fan de terminar una historia con moraleja; sin embargo esta vez me fue inevitable pensar en tres, dos de ellas intrascendentes y una con cierto atisbo de verdad universal, júzguelas cada quien como mejor le cuadres:

1-¡Mujeres! Es cierto, los tacones las hacen ver más altas y con mejores caderas, pero son peligrosos. Conozco al menos una media docena de féminas que han sufrido accidentes por culpa de las zapatillas. De cualquier forma son hermosas, mejor eviten los tacones y pongan completa la suela de sus pies sobre el suelo.

2-Nunca he creído que la realidad supere a la ficción, pero me queda claro que la segunda infiere muchas veces en el significado e interpretación que le damos a los hechos fortuitos que ocurren en  primera, y así, se confunden y conjugan (el que entendió, entendió, el que no, olvídelo).

3-¡Hombres! Si alguna vez están ante una mujer en apuros  e imaginan que después de ayudarle ella los recompensara pasionalmente o al menos dejara la puerta abierta para una posible relación futura, se equivocan. Mejor, antes de ayudarle expongan claramente sus intenciones: “de acuerdo, voy a ayudarte, pero sólo si antes tú me dices tu nombre, me das tu teléfono y haces la promesa de que cojeremos algún día”.

UN MUNDO MARAVILLOSO

Written by Edgar Rodriguez on Friday, February 15, 2013 at 11:56 AM



La mujer y la niña esperan el tren en la estación del metro Tacuba, línea Azul, dirección Toreo. La pequeña, de 5 o 6, máximo 7 años, está sentada en el barandal ubicado entre el andén y las escaleras que pasan por abajo para transbordar. Atrás de la menor hay un vacio de cinco metros de altura, parece peligroso. La madre está preocupada, pero su hija insiste en sentarse ahí, ya la ha hecho otras veces, nunca pasa nada.

Un hombre vestido de traje sube las escaleras. Es cajero en un banco, estudió administración, es un tipo promedio, buena persona, en general. Está cansado de su trabajo, de su matrimonio de diez años, sin hijos, de sus no amigos, de todo. No está triste, sólo aburrido de una vida así, sin emociones.

Cuando pasa junto a la mujer y la niña corre en su dirección . No lo piensa, jamás había hecho algo similar, ni siquiera lo había imaginado, leído en un libro o visto en la televisión. Actúa sin saber por qué, con la palma de su mano izquierda empuja el hombro de la niña y ella cae. El grito de la madre ahoga el de la hija, pero no puede opacar el ruido de una cabecita al chocar contra el suelo. Es como un huevo al caer de un estante en el supermercado. Las escaleras se salpican con una yema roja.

El hombre corre en dirección a las vías, aquello dura poco, 5 o 6, máximo siete segundos. En esos instantes él logra nuevamente sentir algo, una emoción, adrenalina, miedo, culpa, remordimiento, cualquier cosa, se siente vivo. El tren arriba justo entonces y el tipo del traje se arroja a las vías. Antes de morir alcanza a escuchar una estrofa del coro de la canción que suena por el sonido ambiental del metro, es Louis Armstrong: “And i think to my self, wath a wonderful word”.

Snap Shots

Get Free Shots from Snap.com