En medio de calle 9, debajo de un camión de pasajeros con
rumbo a Santa Fe, había una zapatilla roja. La imagen me recordó un ejercicio
literario en el cual se tenía que inventar una historia a partir de una
situación similar: un zapato rojo de tacón abandonado en la calle en media
noche. Esta vez era real, era de día y
la razón por la cual se suscitó este momento fue una situación cotidiana.
El camión se detuvo casi en la esquina con Avenida 1para el descenso
de pasajeros, entre ellos una mujer de unos 25 años, alta, pelo corto,
ondulado, ojos grandes. Vestía un traje sastre azul marino, medias negras, un cinturón
rojo y sí, adivinaron, zapatos de tacón del mismo color. Llevaba en las manos
una carpeta, bolsa de mano, un café, una bolsa de papel y el celular. Su
calzado la mantenía unos diez centímetros por arriba de su estatura normal. Con
estas condiciones, aunadas a la prisa de los pasajeros por descender y del
conductor por arrancar, lo que sucedió era inevitable.
La escena hubiera sido graciosa de haber sido un dibujo
animado, donde nadie sale herido física ni emocionalmente. Ella tropezó,
pataleó en el aire como si nadara, la carpeta y ambas bolsas cayeron al suelo; un
zapato, sólo uno, el izquierdo, voló quien sabe a dónde. La chica logró detener
su caída con la rodilla y la mano derecha, nunca soltó su café, del cual,
gracias al cielo, no derramó ni una gota.
Yo pasaba por ahí, cavaba de comprar un americano en la
cafetería de enfrente y ella me conquistó con un gesto: antes de sobarse, levantar
sus cosas o hacer cualquier otra cosa, comprobó que su bebida estaba intacta y
le dio un trago largo, profundo, como sus ojos. Me acerqué para ayudarla, ella
intento sonreír, como si fuera gracioso, pero en realidad quería que se la
tragara la tierra.
Mucha gente se había detenido y observaba la escena, seguro
fue el momento más vergonzoso de su semana, quizá del mes o incluso del año.
Ella miraba al suelo, no era únicamente por pena, estaba azorada tras descubrir
que le faltaba una zapatilla. Un señor que pasaba por ahí fue el primero en
encontrarla, señaló, entre cínico y risueño, debajo del camión. Ahí estaba,
imposible de alcanzar, me agaché, peor por más que alargue los brazos, nunca lo
llegué a tocar
Miré de reojo a la mujer, recargada en un árbol, sostenida por
un solo pie, ruborizada, con su traje sastre levemente rasgado, sus medias
elegantes y un pie al aire; lucia tiernamente hermosa. Sentí el impulso de
ponerme pecho tierra, arrastrarme por el asfalto como lagartija, ser el héroe
del día y rescatar la zapatilla a toda costa. Imaginé que ella me recibía con
un beso y me daba su teléfono y le decía: “llámame pronto, quiero recompensarte
por lo que haz hecho”.
Mejor me levante, el
camión avanzó y yo me puse en medio de la calle para detener el tráfico y luego
poder recoger la preciada prenda. Ella dijo gracias tímidamente, se puso su
zapato, tomó sus cosas y salió corriendo avergonzada, sin decir adiós, ni darme
su teléfono, su nombre o su face. Pude haber corrido tras ella, pero no,
tampoco era para tanto.
Nunca he sido fan de terminar una historia con moraleja; sin
embargo esta vez me fue inevitable pensar en tres, dos de ellas intrascendentes
y una con cierto atisbo de verdad universal, júzguelas cada quien como mejor le
cuadres:
1-¡Mujeres! Es cierto, los tacones las hacen ver más altas y
con mejores caderas, pero son peligrosos. Conozco al menos una media docena de
féminas que han sufrido accidentes por culpa de las zapatillas. De cualquier
forma son hermosas, mejor eviten los tacones y pongan completa la suela de sus
pies sobre el suelo.
2-Nunca he creído que la realidad supere a la ficción, pero
me queda claro que la segunda infiere muchas veces en el significado e
interpretación que le damos a los hechos fortuitos que ocurren en primera, y así, se confunden y conjugan (el
que entendió, entendió, el que no, olvídelo).
3-¡Hombres! Si alguna vez están ante una mujer en apuros e imaginan que después de ayudarle ella los
recompensara pasionalmente o al menos dejara la puerta abierta para una posible
relación futura, se equivocan. Mejor, antes de ayudarle expongan claramente sus
intenciones: “de acuerdo, voy a ayudarte, pero sólo si antes tú me dices tu
nombre, me das tu teléfono y haces la promesa de que cojeremos algún día”.
2 Responses to "Una zapatilla roja en medio de la calle"
10:26 PM #
Me gusto mucho la entrada :)
Toda chica hemos sufrido.alguna vez por los tacones...
Y seria bueno que antes de ayudarnos en uno de nuestros accidentes,nos digan sus intencione(la de coger, por mi cuenta lo pensaria ) .
Te sigo, besos desde mi blog.
2:55 PM #
Dios!
Los hombres son tan poco románticos...
Post a Comment