Un cigarro sin filtro y un cerillo sin imaginación

Written by Edgar Rodriguez on Saturday, July 06, 2013 at 9:47 PM

Bajé del autobús, miré el puente y dudé si debía cruzarlo. Recordé ‘Rayuela’, los puentes como símbolos de unión entre puntos, entre países, estados de conciencia, amores, recuerdos, conceptos aparentemente inconexos. Suspiré, exhale nostalgia y me dije no: mejor nicotina. Saqué un cigarro, lo puse en mis labios y busqué en la bolsa interior de mi chamarra de cuero algo para encenderlo.Ahí estaba la caja de cerillos Imperial, signo Escorpión.
Entonces me acordé de Avoar, el viejo amigo Avoar,santa claus poeta, dador de libros, ermitaño sensible con el suelo de su casa cubierto por cáscaras de cacahuates, con sus historias sobre supersticiones para justificar su huevones, sus merengues, su copa de anís, su puro y su diabetes. Lo recordé porque él me aconsejó un día un ejercicio para practicar la paciencia:   todas las mañanas al despertar abrir una caja de cerillos, voltearla para dejar caer los 50 o más que esta contenga y luego recogerlos, uno por uno, mientras se cuenta: 1, 2, 3... , así, rutinariamente. Lo había intentado una vez la semana anterior, por eso cuando abrí la caja encontré sólo 7 cerillos de los cuales supuse, según mis cálculos, que al menos 5 debían estar quemados. Era de noche, resultaba difícil reconocer a simple viste cuales servirán y cuales no.
Entonces recordé una película de Jean-Pierre Jeunet, el director de Amélie, mal titulada aquí como  ‘Amor eterno’. El nombre original de dicha cinta es Un long dimanche de fiançailles, no sé francés, pero puedo jurar que no significan lo mismo. El punto: en dicha película la protagonista tiene la costumbre de resolver conflictos mediante el azar basado en cosas insignificantes, por ejemplo: ella corre para despedir a su amado, toma un atajo y piensa, si llego antes que él a cierta encrucijada, significa que volverá, si no, no. Por ejemplo, yo: si prende el cerillo cruzó el puente, si no no, tomo otro autobús, huyó lejos de aqui, me invento otra vida.
Imaginé entonces esa posibilidad, la del abandono. Dilucidé un viaje a Acapulco, mi entrada por la puerta grande al ‘wild side’ de la vida, el desasosiego de mis seres queridos ante mi repentina desaparición y mi posterior reencuentro en alguna nota roja de un periódico local guerrerense o quizá, imagine, mi regreso incognito, triunfal, con la cartera repleta y muchas historias y muchas preguntas. Sonreí al imaginar mi explicación: sucede que un día, antes de cruzar el puente, decidí fumar un cigarro, pero el cerillo no prendió, por eso me fui, sólo por eso.
A esas alturas de mi divagación ya estaba a la mitad del puente y del cigarro. Hice lo que tenía que hacer, seguir con mi vida, vida al fin; pero me dí un gusto infantil, justo ahí, a la mitad del camino entre la realidad y la fantasía: arrojé inconscientemente el cigarro prendido al vacío de una avenida muy transitada y recordé una frase cliché de Kurt Kobain.
En realidad no pasó nada, el cerillo prendió desde el principio, carente, el muy puto, de un poco más de imaginación.

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