Los defectos de Cortázar

Written by Edgar Rodriguez on Tuesday, August 26, 2014 at 12:18 PM

 El escritor argentino no era un dios, como algunos pretenden, eso queda claro. Pero podría ir incluso un poco más lejos, mucho más; digamos ya, sin eufemismos: era un perfecto idiota. Lo era en todo el sentido que implica serlo, incluso el reconocimiento personal, la aceptación, la resignación. Sí, hay que ser realmente idiota para alegrarse, sorprenderse, entusiasmarse aún con las cosas más insignificantes de esta vida.  

Es un grave  defecto ese de ser idiota, nos aleja del resto de los hombres: razonables, útiles, lógicos, inteligentes. Resulta incómodo el entusiasmo permanente, esa especie de presencia y reconocimiento constante del mundo. Ese persistente gusto por todas las cosas no conduce nunca a nada bueno, mas que al desbordamiento de las pasiones. Tenía razón al auto censurarse, hay que ser realmente idiota para ser un poeta.

Aunada a esta idiotez perenne, pecaba también de un infantilismo incandescente, un no creer en lo ineludible, una falta de razón, una ignorante desazón pueril hacia todo lo que se ha enseñando. También era así, un niño desobediente que no sólo buscaba transgredir las reglas, sino que gozaba haciéndolo, burlándose de los críticos y los lectores, escapándose de sí mismo.

Aún hoy, juega todo el tiempo, se burla del lector, de las normas, de La Literatura, de esa que escriben con mayúsculas. Se divierte de lo lindo con trazos en el suelo, con sus esquemas numéricos, con sus trampas, sus laberintos interminables. Para Cortázar la poesía era eso, un elemento lúdico constante de las palabras con las cosas; jugar es vivir plenamente, más allá del hábito y la rutina, de las máscaras y las apariencias, es la esencia misma del hombre. Jugar a la poesía es jugar a pleno, jugar a la poesía es un arte ineludible, jugar a la poesía es un estilo de vida.

“Y el juego en el que cada espejo
Miente otra vez lo ya mentido
Y con los ecos del vacío
Tañe la música del tiempo”
(Planta baja, Último Round)

“para el que con su incendio te ilumina,
cósmico caracol de azul sonoro,
blanco que vibra un címbalo de oro,
último trecho de la jabalina,

la mano que te busca en la penumbra
se detiene en la tibia encrucijada
donde musgo y coral velan la entrada
y un río de luciérnagas alumbra.

si, portulano, fuego de esmeralda,
sirte y fanal en una misma empresa
cuando la boca navegante besa
la poza más profunda de tu espalda,

suave canibalismo que devora
su presa que lo danza hacia el abismo,
oh laberinto exacto de sí mismo
donde el pavor de la delicia mora

agua para la sed del que te viaja
mientras la luz que junto al lecho vela
baja a tus muslos su húmeda gacela
y al fin la estremecida flor desgaja”.

(Viaje infinito, Salvo el crepúsculo)

Siempre fue un niño escritor, a los nueve años tuvo sus primeros acercamientos con la literatura. Comenzó a escribir poemas perfectamente rimados y ritmados. Él mismo admite que eran poemas muy malos, cargados de sentimientos ingenuos y  toda la cursilería de un niño. Al respecto de estos poemas, Cortázar relata que después de haber mostrado a su madre dos o tres sonetos absolutamente impecables, ella los mostró al resto de la familia; los cuales le dijeron a su madre que él era un plagiario, que esos sonetos los había sacado de algún libro, pues siempre lo veían leyendo.

En las palabras del propio Julio, se nota su primera decepción literaria: “Mi madre… muy avergonzada, trató de sonsacarme si esos poemas yo los había escrito o los había sacado de algún libro. Tuve un ataque de desesperación, creo que nunca he llorado tanto […] Yo consideré eso como una ofensa, como algo que me vulneraba en los más hondo… Yo había hecho esos sonetos con un amor infinito y me habían salido formidablemente bien. El resultado era que me acusaban de plagio…”

Era, también, un obseso irremediable. A los 60 años seguía creyendo en las formas perfectas de la poesía; en el soneto, figura ya superada por muchos poetas, abandonada en pos de la escritura más libre de la época moderna. Pero que él seguía cultivando en secreto hasta la publicación de Salvo el Crepúsculo.

Rebelde o revoltoso, que para el caso es lo mismo, fue para colmo siempre un inconforme con todo, con las reglas, con la política, con la vida misma. La literatura de Cortázar es una rebelión en sí misma, rompe con las formas, crea las suyas propias.

En palabras de László Scholz investigador de literatura latinoamericana, especializado en la obra de Julio: “Cortázar es  L´homme revolte de su generación, el hombre que ha vivido en el infierno argentino y europeo de los años cuarenta, y desde entonces no cesa de rebelarse […] es el único artista de su generación que ha sido hasta ahora consecuente con su rebeldía”.

Para colmo ahora resulta incluso hasta un necio, un cínico. Vale la pena revisar la portada de Ultimo Round en su edición de Siglo XXI, México, 1969. Donde se incluye el siguiente texto:

Joven amigo: ¿Se siente revolucionario? ¿Cree que la hora se acerca para nuestros pueblos?

En ese caso, proceda CON SERIEDAD. La revolución no es un juego. Cese de reír. NO SUEÑE. Sobre todo NO SUEÑE. Soñar no conduce a nada, sólo la reflexión y la seriedad confieren la ponderación necesaria para las acciones duraderas. Niéguese al delirio, a los ideales, a lo imposible. Nadie baja de una sierra con diez machetes locos para acabar con un ejército bien armado: no se deje engañar por informaciones tergiversadas, no le haga caso a Lenin. La revolución será fruto de estudios documentados y de una larga paciencia. SEA SERIO. MATE LOS SUEÑOS. SEA SERIO. MATE LOS SUEÑOS. SEA SERIO. MATE LOS SUEÑOS.”

Nada le parece, es un inconformista. Es un extraño de este mundo, con un estado constante de desconsolación. No está conforme con la realidad circundante, rechaza y denuncia las reglas sociales, busca un mundo más amplio e integral para salvar lo que él llama “lo verdaderamente humano”.

En este sentido Cortázar es como Oliveira (de Rayuela), le duele el mundo, está desconcertado ante todo lo que le rodea. Es una concepción de lo absurdo, como lo dice explícitamente en esta misma novela: “Lo absurdo no son las cosas, lo absurdo es que las cosas estén ahí y las sintamos como absurdas”.

“Para el poeta angustiado, todo poema es un desencanto, un producto desconsolador de ambiciones profundas más o menos definidas, de un balbuceo existencial que sólo el poema puede analógicamente evocar y reconstruir”, refiere el propio escritor argentino en su ensayo ‘Hacia una poética’.

Como lo dijo algunas vez Vasconcelos, el gran impulsor de la educación en México, existen dos clases de libros: lo que se leen sentado y los que se leen de pie. Estos últimos son aquellos que nos hacen vibrar, reprueban la vida, son como un grito que nos estremece, nos obliga a ponernos de pie.

“Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle,
en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia
los completos de los subtes,
ni en los libros prestados
ni en el hasta mañana.

No estarás en mis sueños,
en el destino original
de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré amor mío,
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré las cosas que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel
donde aún te retengo,
ni allí fuera, este río de calles
y de puentes.
No estarás para nada,
no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente
trata de acordarse de ti.”

(El futuro,  Salvo el crepúsculo)

Podemos darnos cuenta hasta aquí de un defecto más del escritor argentino, es un sentimental, un cursi, un romántico en cuestión. “El vocabulario es mi carbono 14, no así los temas y los modos por que nada ha cambiado en ese terreno donde sigo siendo el mismo, quiero decir romántico, sensiblero, cursi…”   

 Si se ha puesto atención hasta ahora se notará que algunas de las características citadas son un tanto contradictorias: cómo se puede ser idiota (en el sentido ya planteado) y doliente al mismo tiempo. Este contrapunto sirve para mostrarnos otro más de sus grandes defectos, Cortázar es un contradictorio, indefinido, es un camaleón.

No es la primera vez que se le clasifica bajo dicho término, el mismo autor lo utilizó para justificar la divergencia de su libro “Vuelta al día en ochenta mundos”. Y de la misma forma se sirve de este concepto para escribir su “Arte poética”; en gran parte inspirada en los estudios de Keats.     

“El poeta renuncia a defenderse, a conservar una identidad en el acto de conocer […] se le da temporalmente el sentirse a cada paso otro, el salirse tan fácilmente de sí mismo para ingresar en las entidades que lo absorben, enajenarse con el objeto que será cantado, la materia física o moral cuya combustión lírica provocará el poema”

Es un alquimista de la palabra, un matabele (brujo africano) que transfigura al esencia de las cosas. Para Cortázar eso es la poesía, una especie de acto mágico mediante el cual trata de introducirse en la esencia de las cosas, ser la tormenta mientras se escribe sobre la misma y a la vez ser capaz de hacer un sortilegio que permita establecer relaciones válidas entre las cosas por una analogía sentimental: hacer que la tormenta sea un grito, eliminando el puente ficticio del “como”;  la tormenta no es como un grito, es un grito.

En el perseguidor se ejemplifica esta forma de concebir la realidad: “Todo era como una jalea, todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros”, relata Johnny Carter, personaje principal de la novela.      

“El poeta es pues un mago, su objetivo es apoderarse del mundo, no se contenta con nombrar las cosas, quiere llegar a lo profundo de los objetos y los seres; el poeta quiere ser la cosa, quiere ser su esencia.”

Idiota, infantil, obseso, revolucionario, necio, inconformista, cursi, contradictorio, hipnotizador… la lista de los defectos puede seguir alargándose, mas estos han sido suficientes para mostrarnos entredicho uno de los más graves defectos de Cortázar: poeta..

Él mismo relata que cuando mostraba sus poemas a sus amigos, la invariable respuesta era: ¿Cuándo escribís otro cuento?; pues era encasillado dentro del género en el que mejor se desenvolvía. Alguna vez también lo dijo Miguel Oviedo, quien calificó la poesía de Cortázar como “conmovedoramente mala”.

La sentencia debería ser entonces: haberse dedicado a hacer lo que mejor sabía, zapatero a sus cuentos a sus novelas y ya. Pero el propio Julio se pronunció siempre en contra de las etiquetas; buscaba la disolución de los géneros tradicionales. No sólo borrar los límites entre prosa, poesía y drama, sino que ampliar los marcos de la literatura misma. 

Cortázar es un poeta, basta leerlo para darse cuenta de ello; su obra es sin duda alguna poesía, aunque se encuentre alineada como prosa. Si el Capítulo 7 de Rayuela, aclamado hasta el hartazgo, no es poesía, ¿entonces qué diablos es?


No le tengo miedo a los lugares comunes, pues sé que en este mundo no hay nadie más común que yo; por eso termino parafraseando aquel viejo dicho: “De músicos poetas y locos, todos tenemos un poco”. Pero son en realidad pocas personas, excepcionales, las que de esas tres cosas lo tienen todo, Cortázar es el gran ejemplo:  “De músico, poeta y loco, Cortázar lo tiene todo”.


Cuando ella o él te dejen, no perdones,
niégate a comprenderlo.
Cultiva bien tu odio, nunca seas
generoso en palabras o en olvido.
Cuando ella o él te dejen, nunca digas
adiós, o qué vamos a hacerle.
Maldice cada letra de su nombre.
Y júrale odio eterno mirándole a los ojos.
Cuando ella o él te dejen, nunca creas
ni justificaciones ni promesas
y busca las palabras más hirientes
el insulto más infame que conozcas.
Cuando ella o él te dejen, nunca juegues
a ser Rick perdido en Casablanca.
Provoca llanto, dolor, remordimientos
y que el adiós te corte igual que una cuchilla.
Porque cuando ella o él te dejan, habrá alguien
tarde o temprano esperando en otra esquina
y volverán a gozar en otros brazos
y dirán “te amo”. Y “ven, dámelo todo”.
Y olvidarán. ¿Para qué, entonces,
mentir? Que ella o él se lleven
-aunque dure bien poco- nuestro odio
igual que una bandera. Para siempre.

(Manual para salvar el odio, Salvo el crepúsculo)


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