El
escritor argentino no era un dios, como algunos pretenden, eso queda claro.
Pero podría ir incluso un poco más lejos, mucho más; digamos ya, sin eufemismos:
era un perfecto idiota. Lo era en todo el sentido que implica serlo, incluso el
reconocimiento personal, la aceptación, la resignación. Sí, hay que ser
realmente idiota para alegrarse, sorprenderse, entusiasmarse aún con las cosas
más insignificantes de esta vida.
Es
un grave defecto ese de ser idiota, nos
aleja del resto de los hombres: razonables, útiles, lógicos, inteligentes. Resulta
incómodo el entusiasmo permanente, esa especie de presencia y reconocimiento
constante del mundo. Ese persistente gusto por todas las cosas no conduce nunca
a nada bueno, mas que al desbordamiento de las pasiones. Tenía razón al
auto censurarse, hay que ser realmente idiota para ser un poeta.
Aunada
a esta idiotez perenne, pecaba también de un infantilismo incandescente, un no
creer en lo ineludible, una falta de razón, una ignorante desazón pueril hacia
todo lo que se ha enseñando. También era así, un niño desobediente que no sólo
buscaba transgredir las reglas, sino que gozaba haciéndolo, burlándose de los
críticos y los lectores, escapándose de sí mismo.
Aún
hoy, juega todo el tiempo, se burla del lector, de las normas, de La Literatura,
de esa que escriben con mayúsculas. Se divierte de lo lindo con trazos en el
suelo, con sus esquemas numéricos, con sus trampas, sus laberintos interminables.
Para Cortázar la poesía era eso, un elemento lúdico constante de las palabras
con las cosas; jugar es vivir plenamente, más allá del hábito y la rutina, de
las máscaras y las apariencias, es la esencia misma del hombre. Jugar a la
poesía es jugar a pleno, jugar a la poesía es un arte ineludible, jugar a la
poesía es un estilo de vida.
“Y el juego
en el que cada espejo
Miente otra
vez lo ya mentido
Y con los
ecos del vacío
Tañe la
música del tiempo”
(Planta baja, Último Round)
“para el que
con su incendio te ilumina,
cósmico
caracol de azul sonoro,
blanco que
vibra un címbalo de oro,
último trecho
de la jabalina,
la mano que
te busca en la penumbra
se detiene en
la tibia encrucijada
donde musgo y
coral velan la entrada
y un río de
luciérnagas alumbra.
si,
portulano, fuego de esmeralda,
sirte y fanal
en una misma empresa
cuando la
boca navegante besa
la poza más
profunda de tu espalda,
suave
canibalismo que devora
su presa que
lo danza hacia el abismo,
oh laberinto
exacto de sí mismo
donde el
pavor de la delicia mora
agua para la
sed del que te viaja
mientras la
luz que junto al lecho vela
baja a tus
muslos su húmeda gacela
y al fin la
estremecida flor desgaja”.
(Viaje infinito, Salvo el crepúsculo)
Siempre
fue un niño escritor, a los nueve años tuvo sus primeros acercamientos con la
literatura. Comenzó a escribir poemas perfectamente rimados y ritmados. Él
mismo admite que eran poemas muy malos, cargados de sentimientos ingenuos y toda la cursilería de un niño. Al respecto de
estos poemas, Cortázar relata que después de haber mostrado a su madre dos o
tres sonetos absolutamente impecables, ella los mostró al resto de la familia;
los cuales le dijeron a su madre que él era un plagiario, que esos sonetos los
había sacado de algún libro, pues siempre lo veían leyendo.
En
las palabras del propio Julio, se nota su primera decepción literaria: “Mi
madre… muy avergonzada, trató de sonsacarme si esos poemas yo los había escrito
o los había sacado de algún libro. Tuve un ataque de desesperación, creo que
nunca he llorado tanto […] Yo consideré eso como una ofensa, como algo que me
vulneraba en los más hondo… Yo había hecho esos sonetos con un amor infinito y
me habían salido formidablemente bien. El resultado era que me acusaban de
plagio…”
Era,
también, un obseso irremediable. A los 60 años seguía creyendo en las formas
perfectas de la poesía; en el soneto, figura ya superada por muchos poetas,
abandonada en pos de la escritura más libre de la época moderna. Pero que él
seguía cultivando en secreto hasta la publicación de Salvo el Crepúsculo.
Rebelde
o revoltoso, que para el caso es lo mismo, fue para colmo siempre un inconforme
con todo, con las reglas, con la política, con la vida misma. La literatura de
Cortázar es una rebelión en sí misma, rompe con las formas, crea las suyas
propias.
En
palabras de László Scholz investigador de literatura latinoamericana, especializado
en la obra de Julio: “Cortázar es
L´homme revolte de su generación, el hombre que ha vivido en el infierno
argentino y europeo de los años cuarenta, y desde entonces no cesa de rebelarse
[…] es el único artista de su generación que ha sido hasta ahora consecuente
con su rebeldía”.
Para
colmo ahora resulta incluso hasta un necio, un cínico. Vale la pena revisar la
portada de Ultimo Round en su edición de Siglo XXI, México, 1969. Donde se
incluye el siguiente texto:
“Joven
amigo: ¿Se siente revolucionario? ¿Cree que la hora se acerca para nuestros
pueblos?
En ese caso,
proceda CON SERIEDAD. La revolución no es un juego. Cese de reír. NO SUEÑE.
Sobre todo NO SUEÑE. Soñar no conduce a nada, sólo la reflexión y la seriedad
confieren la ponderación necesaria para las acciones duraderas. Niéguese al
delirio, a los ideales, a lo imposible. Nadie baja de una sierra con diez machetes
locos para acabar con un ejército bien armado: no se deje engañar por
informaciones tergiversadas, no le haga caso a Lenin. La revolución será fruto
de estudios documentados y de una larga paciencia. SEA SERIO. MATE LOS SUEÑOS.
SEA SERIO. MATE LOS SUEÑOS. SEA SERIO. MATE LOS SUEÑOS.”
Nada
le parece, es un inconformista. Es un extraño de este mundo, con un estado
constante de desconsolación. No está conforme con la realidad circundante,
rechaza y denuncia las reglas sociales, busca un mundo más amplio e integral
para salvar lo que él llama “lo verdaderamente humano”.
En
este sentido Cortázar es como Oliveira (de Rayuela), le duele el mundo, está desconcertado ante todo lo que le rodea. Es una concepción de lo absurdo, como
lo dice explícitamente en esta misma novela: “Lo absurdo no son las cosas, lo
absurdo es que las cosas estén ahí y las sintamos como absurdas”.
“Para
el poeta angustiado, todo poema es un desencanto, un producto desconsolador de
ambiciones profundas más o menos definidas, de un balbuceo existencial que sólo
el poema puede analógicamente evocar y reconstruir”, refiere el propio escritor
argentino en su ensayo ‘Hacia una poética’.
Como
lo dijo algunas vez Vasconcelos, el gran impulsor de la educación en México,
existen dos clases de libros: lo que se leen sentado y los que se leen de pie.
Estos últimos son aquellos que nos hacen vibrar, reprueban la vida, son como un
grito que nos estremece, nos obliga a ponernos de pie.
“Y sé muy
bien que no estarás.
No estarás en
la calle,
en el
murmullo que brota de noche
de los postes
de alumbrado,
ni en el
gesto de elegir el menú,
ni en la
sonrisa que alivia
los completos
de los subtes,
ni en los
libros prestados
ni en el
hasta mañana.
No estarás en
mis sueños,
en el destino
original
de mis
palabras,
ni en una
cifra telefónica estarás
o en el color
de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré
amor mío,
sin que sea
por ti,
y compraré
bombones
pero no para
ti,
me pararé en
la esquina
a la que no
vendrás,
y diré las
palabras que se dicen
y comeré las
cosas que se comen
y soñaré las
cosas que se sueñan
y sé muy bien
que no estarás,
ni aquí
adentro, la cárcel
donde aún te
retengo,
ni allí
fuera, este río de calles
y de puentes.
No estarás
para nada,
no serás ni
recuerdo,
y cuando
piense en ti
pensaré un
pensamiento
que
oscuramente
trata de
acordarse de ti.”
(El futuro, Salvo el crepúsculo)
Podemos
darnos cuenta hasta aquí de un defecto más del escritor argentino, es un
sentimental, un cursi, un romántico en cuestión. “El vocabulario es mi carbono
14, no así los temas y los modos por que nada ha cambiado en ese terreno donde
sigo siendo el mismo, quiero decir romántico, sensiblero, cursi…”
Si se ha puesto atención hasta ahora se notará
que algunas de las características citadas son un tanto contradictorias: cómo
se puede ser idiota (en el sentido ya planteado) y doliente al mismo tiempo.
Este contrapunto sirve para mostrarnos otro más de sus grandes defectos,
Cortázar es un contradictorio, indefinido, es un camaleón.
No
es la primera vez que se le clasifica bajo dicho término, el mismo autor lo
utilizó para justificar la divergencia de su libro “Vuelta al día en ochenta
mundos”. Y de la misma forma se sirve de este concepto para escribir su “Arte
poética”; en gran parte inspirada en los estudios de Keats.
“El
poeta renuncia a defenderse, a conservar una identidad en el acto de conocer
[…] se le da temporalmente el sentirse a cada paso otro, el salirse tan
fácilmente de sí mismo para ingresar en las entidades que lo absorben,
enajenarse con el objeto que será cantado, la materia física o moral cuya
combustión lírica provocará el poema”
Es
un alquimista de la palabra, un matabele (brujo africano) que transfigura al
esencia de las cosas. Para Cortázar eso es la poesía, una especie de acto
mágico mediante el cual trata de introducirse en la esencia de las cosas, ser
la tormenta mientras se escribe sobre la misma y a la vez ser capaz de hacer un
sortilegio que permita establecer relaciones válidas entre las cosas por una
analogía sentimental: hacer que la tormenta sea un grito, eliminando el puente
ficticio del “como”; la tormenta no es
como un grito, es un grito.
En
el perseguidor se ejemplifica esta forma de concebir la realidad: “Todo era
como una jalea, todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco,
sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros”, relata Johnny
Carter, personaje principal de la novela.
“El
poeta es pues un mago, su objetivo es apoderarse del mundo, no se contenta con
nombrar las cosas, quiere llegar a lo profundo de los objetos y los seres; el
poeta quiere ser la cosa, quiere ser su esencia.”
Idiota,
infantil, obseso, revolucionario, necio, inconformista, cursi, contradictorio,
hipnotizador… la lista de los defectos puede seguir alargándose, mas estos han
sido suficientes para mostrarnos entredicho uno de los más graves defectos de
Cortázar: poeta..
Él
mismo relata que cuando mostraba sus poemas a sus amigos, la invariable
respuesta era: ¿Cuándo escribís otro cuento?; pues era encasillado dentro del
género en el que mejor se desenvolvía. Alguna vez también lo dijo Miguel
Oviedo, quien calificó la poesía de Cortázar como “conmovedoramente mala”.
La
sentencia debería ser entonces: haberse dedicado a hacer lo que mejor sabía,
zapatero a sus cuentos a sus novelas y ya. Pero el propio Julio se pronunció
siempre en contra de las etiquetas; buscaba la disolución de los géneros
tradicionales. No sólo borrar los límites entre prosa, poesía y drama, sino que
ampliar los marcos de la literatura misma.
Cortázar
es un poeta, basta leerlo para darse cuenta de ello; su obra es sin duda alguna
poesía, aunque se encuentre alineada como prosa. Si el Capítulo 7 de Rayuela, aclamado
hasta el hartazgo, no es poesía, ¿entonces qué diablos es?
No
le tengo miedo a los lugares comunes, pues sé que en este mundo no hay nadie más
común que yo; por eso termino parafraseando aquel viejo dicho: “De músicos poetas
y locos, todos tenemos un poco”. Pero son en realidad pocas personas,
excepcionales, las que de esas tres cosas lo tienen todo, Cortázar es el gran
ejemplo: “De músico, poeta y loco,
Cortázar lo tiene todo”.
Cuando ella o
él te dejen, no perdones,
niégate a
comprenderlo.
Cultiva bien
tu odio, nunca seas
generoso en
palabras o en olvido.
Cuando ella o
él te dejen, nunca digas
adiós, o qué
vamos a hacerle.
Maldice cada
letra de su nombre.
Y júrale odio
eterno mirándole a los ojos.
Cuando ella o
él te dejen, nunca creas
ni
justificaciones ni promesas
y busca las
palabras más hirientes
el insulto
más infame que conozcas.
Cuando ella o
él te dejen, nunca juegues
a ser Rick
perdido en Casablanca.
Provoca
llanto, dolor, remordimientos
y que el
adiós te corte igual que una cuchilla.
Porque cuando
ella o él te dejan, habrá alguien
tarde o
temprano esperando en otra esquina
y volverán a
gozar en otros brazos
y dirán “te
amo”. Y “ven, dámelo todo”.
Y olvidarán.
¿Para qué, entonces,
mentir? Que
ella o él se lleven
-aunque dure
bien poco- nuestro odio
igual que una
bandera. Para siempre.
(Manual para salvar el odio, Salvo el
crepúsculo)